La Revista de AGUITUR

ASOCIACIÓN de GUÍAS TURÍSTICOS de LANZAROTE

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LA ORCHILLA

Posted by A. D. Pallarés Lasso en diciembre 3, 2006

 Es este liquen un productor excepcional de tinte debido a su contenido en una sustancia especial propia de estas plantas, de color rojo, llamada orceína, por cuya causa ha sido explotado desde tiempo inmemorial con tal finalidad, especialmente para la obtención del preciado color púrpura, que es el que más fama le ha dado.

                        La orchilla se viene recolectando en Lanzarote desde los más lejanos tiempos históricos pues no sólo se sabe que fue su aprovechamiento uno de los motivos principales que llevaron al normando Jean de Bethencourt a la ocupación de la isla en los inicios del siglo XV, sino que incluso desde los más remotos tiempos de su protohistoria existen indicios bastante coherentes de que ya los fenicios venían a nuestro archipiélago en busca de tan preciado artículo, muy en particular a sus dos islas más orientales, y que después de ellos lo siguieron haciendo otros pueblos navegantes de la antigüedad clásica, entre los que pueden contarse como más seguros sus herederos de sangre los cartagineses, y posteriormente los romanos, que las llamaron por tal razón las Purpurarías.

 

                        DESCRIPCIÓN DE LA PLANTA

                    Sabido es que la orchilla, como todos los líquenes, es el producto de una íntima simbiosis entre un hongo y un alga, dos clases de vegetales que ocupan en la botánica puestos muy bajos en el orden evolutivo y que se hallan al mismo tiempo muy alejados entre si en la escala filogenética.

                    Esta simbiosis o mutua cooperación entre los dos vegetales consiste básicamente en la protección o resguardo que el hongo ejerce sobre el alga al hacer de envoltura del conjunto y en la provisión de nutrientes que ésta, valiéndose de su capacidad de fotosíntesis, suministra al hongo, de la que éste carece al no disponer de la clorofila que tal proceso biológico requiere.

                    Una cualidad muy importante de los líquenes es que al ser los primeros vegetales que colonizan los terrenos de nueva formación producto de las erupciones volcánicas son a su vez, debido al efecto de disgregación que ejercen sobre las rocas en que se fijan, los creadores de nuevos suelos en que podrán arraigar plantas más complejas y evolucionadas.

                    La orchilla típica o más abundante en Lanzarote, la llamada científicamente Roccella tintórea o canariensis, es un liquen compuesto por unos filamentos foliáceos que salen de una base que a manera de costra se halla firmemente adherida a la superficie de la roca en que crece  formando manojos de hebras algo enmarañadas. La longitud de estas pseudo hojas filiformes—pues no son hojas en el sentido botánico estricto del termino, aunque las llamemos así para facilitar su descripción– es sólo de unos cuantos centímetros, no más de diez por lo general, salvo raras excepciones, en la que se da en esta isla, presentando una consistencia coriácea y un color casi negro salpicado de puntitos blancuzcos a modo de berruguitas.

                    Donde mejor medran estos pequeños y primarios vegetales es en los peñascales y riscos costeros orientados hacia las direcciones de componente norte -que es de donde sopla el viento en nuestra isla la mayor parte del año— situados entre la cota inferior de las rocas que quedan algo por encima del alcance directo de las olas y la más elevada de los 500 m al menos, tal como puede apreciarse en el gran acantilado de Famara, frontispicio norteño de la isla, lugar que por poseer estas características especificas es donde más orchilla crece en toda Lanzarote.

                     Sólo necesitan para vivir la humedad saturada de sales que les aportan esos vientos procedentes del mar, muy en especial los alisios, en Canarias llamados brisas”, siendo no obstante capaces de soportar sequedades prolongadas e intensas insolaciones.

                     La orchilla puede crecer tanto formando grupos de pocos ejemplares como comunidades cespitosas compuestas por numeroso individuo, llegando a cubrir en ocasiones extensas superficies en las escarpadas paredes rocosas.

                     La forma de reproducción de estos líquenes, al igual que ocurre en muchas de estas plantas inferiores, es por medio de esporas, las cuales expulsan de unos órganos llamados soralios — que en nuestro liquen son los puntos o verruguitas blancuzcas mencionadas unos párrafos atrás — son transportadas por el viento hasta distancias considerables, arraigando allí donde se den las condiciones apropiadas para su germinación.

                     A pesar de su pequeño tamaño la orchilla crece muy lentamente. Para alcanzar su pleno desarrollo necesita al menos un periodo de cinco años en las mejores condiciones, pero por lo general se extiende a unos seis, dependiendo el crecimiento, como es comprensible, del mayor o menor aporte de nutrientes recibido. Si la planta es arrancada de raíz, es decir, en unión de la costra basal con que se adhiere a la roca, no vuelve a reproducirse. Sólo si al desprenderla se le deja esa base costrosa le nacerán nuevas hojas que alcanzarán otra vez con el tiempo su tamaño normal.

                      A esta orchilla, para distinguirla de otras especies afines, se le llama en la bibliografía botánica orchilla marina o de Canarias.

                      El nombre común ‘orchilla’ proviene, según los más acreditados etimólogos, del mozárabe “orchella”. Que es palabra, dicen, del mismo origen incierto que el portugués “orcela” o “urcela”, el catalán “orcella” y el italiano “oricello”. En cuanto al nombre científico se piensa que el componente genérico Rucellai, apellido de una familia florentina que se dedicó a la industria tintorera utilizando como materia prima la orchilla. El proceso seguido para la creación de este apellido sería como sigue: allá por el año 1300 un comerciante florentino llamado Federigo tuvo oportunidad de aprender en el Próximo Oriente el sistema de extracción del colorante de la orchilla, industria entonces desconocida en su país, conocimiento que el tal Federigo trasmitió luego a sus hijos. A causa del ejercicio de esta actividad artesanal la familia recibió en un principio el nombre de los Oricellai. Que en italiano quería decir los “orchilleros” mote que terminó por adquirir naturaleza patronímica, correspondiéndose con el paso del tiempo mediante un particular fenómeno de transposición nominal propio de aquella lengua en Rucellai, de donde surgió finalmente el nombre botánico de “Roccella”.

                       Otra propuesta etimológica, que parece gozar de menos credibilidad, es la que lo hace proceder de ‘roca’ por ser en ellas donde estas plantas crecen.

                       Huelga decir que el componente específico del nombre científico no requiere explicación alguna dado lo obvio de su significado, tanto en la variante tintoria como en la canariensis.

                          DATOS HISTÓRICOS

                       El excepcional valor que desde antiguo se le atribuyó al color púrpura residía en que el mismo fue representativo en aquellos lejanos tiempos de la dignidad de las clases de más alto rango social, que iban desde la propia realeza hasta los cargos más destacados de la administración tanto civil como religiosa, suntuosidad que se materializaba no sólo en la vestimenta sino también en el tapizado del mobiliario y en el conjunto del cortinaje y de las alfombras palaciegas.

                       Se tiene a los fenicios como los pioneros en la extracción del tinte púrpura, es seguro que para este fin utilizaron en primer término unos moluscos del género Murex, de cuya glándula hipobranquial se obtiene, pero se cree que aparte de esta fuente de obtención del codiciado tinte usaron también como materia prima para producirlo la orchilla, siendo bastante probable que fuera dicho liquen el colorante que se conoció antiguamente con el nombre de “púrpura getúlica”, teoría que sustentan importantes historiadores, en especial los que se han dedicado al estudio del pasado de nuestras islas.

                        En lo que a Canarias respecta con relación a los fenicios y su explotación de este liquen conviene no olvidar que con toda probabilidad fueron estos navegantes de la antigüedad los primeros seres humanos que pusieron pie en el archipiélago, desde mucho antes de que fuera poblado de manera permanente con los bereberes que luego tomaron en él el gentilicio general de ‘guanches’, pudiendo haber sido uno de los motivos de sus visitas, sobre lodo a las islas más orientales, la recogida del preciado liquen.

                        En tal sentido merecen ser tenidas en consideración las significativas palabras que se ponen en boca del profeta Ezequiel en la Biblia cuando al describir ponderativamente las diferentes partes de una nave de Tiro dice, “De jacinto y púrpura de las islas de Elisa tus toldos”, pues Elisa, del hebreo “alizuth”, se tiene como el antecedente etimológico del nombre Elíseo dado a los célebres “campos” de la antigüedad clásica donde moraban las almas de los bienaventurados, lugar que ha sido situado insistentemente en las Islas Canarias.

                        Lanzarote y Fuerteventura con sus islotes adyacentes serían, pues, las islas que los romanos llamaron las Purpurarías debido a la existencia en ellas de esta planta tintórea, si bien autores modernos opinan que las que llevaron ese nombre en la antigüedad debieron ser los islotes de Mogador, que están frente a la ciudad costera africana de ese nombre situada a una latitud algo más alta que la de Canarias, ya que en ellos se han hallado restos producto de la explotación de tales moluscos para la obtención de la púrpura. Mas sí tenemos en cuenta lo anteriormente explicado de que esa púrpura de la antigüedad pudo haber sido también el tinte extraído de la orchilla, el descubrimiento de esos restos arqueológicos no sería óbice para adscribir el nombre de las Purpurarías al citado grupo oriental del archipiélago canario.

                        Los que estén al tanto de mis opiniones sobre el tan debatido problema del poblamiento primigenio de nuestro archipiélago sabrán que para mí tal hecho fue obra de Roma, evento que debió producirse en los primeros siglos de la era con bereberes procedentes de la zona interior del Atlas que esta poderosa nación llevó a las islas en calidad de desterrados. Pues bien, es muy posible que una de las razones que motivaron este poblamiento humano forzado fuera precisamente la del empleo de esa gente como mano de obra para la recolección del preciado liquen tintóreo.

                        Desde el derrumbamiento del imperio romano en el siglo V de la era hasta finales del siglo XIII las Canarias cayeron en un profundo letargo histórico, quedando ajenas al desarrollo y progreso de la civilización europea. Fue a finales de esta centuria cuando los esforzados marinos de la pujante República de Génova reemprendieron la exploración del Atlántico prosiguiendo con ello el interrumpido conocimiento geográfico de nuestras islas que se había iniciado en la remota antigüedad clásica.

                        Una vez reabierta la ruta oceánica hacia las Canarias no se tardaría mucho en reanudarse la extracción de la orchilla de las islas. Es de suponer que éste seria uno de los máximos provechos que obtendrían de ellas los genoveses, especialmente de Lanzarote por parte del navegante de aquella nación que dio nombre a la isla, Lanzaroto Malocello. Quien, como es sabido, estableció en ella su cuartel general durante buena parte del primer tercio del siglo XIV.

                        Como ya tengo dicho, una de las razones principales sobre las que se apoyó el normando Juan de Bethencourt para decidirse a llevar a cabo la conquista de estas islas fue la existencia en ellas, por él ya conocida desde antes de ocuparlas, de este preciado liquen. Téngase en cuenta que Bethencourt era propietario del feudo de Grainville-la-Teinturiére, en el que, como su nombre indica, había fábricas dedicadas a la industria tintorera en las que se utilizaba para ello precisamente materia vegetal.

                        Prueba de que esto debió ser así es que una de las primeras medidas que este personaje tomó fue la de reservarse para su exclusivo provecho la orchilla que se producía en las islas por él conquistadas. Así en Le Canarien, crónica que describe la ocupación de estas islas por los franceses puede leerse: “En lo que respecta a la orchilla que nadie ose venderla sin el permiso del rey y señor del país. Es una grana que le puede producir grandes ganancias”.

                        De la importancia económica que este producto tuvo a través de los siglos que siguieron a la conquista de la isla son pruebas elocuentes el monopolio que continuaron ejerciendo sobre su comercio los señores que ostentaron ese superior cargo después de Bethencourt, quienes no satisfechos con cobrar al principio el correspondiente quinto no tardaron mucho tiempo en convertir su aprovechamiento en una regalía. Y no satisfechos con la orchilla que obtenían en las islas sojuzgadas vemos cómo sus señores feudales intentaron entablar pactos ventajosos con los reyezuelos guanches de las islas aún no conquistadas con el objeto de disponer del liquen que en ellas se producía.

                         Pronto la iglesia, viendo el alto valor que la orchilla alcanzaba, exigió también que le fuera pagado el preceptivo diezmo sobre dicho artículo, y de igual modo los Reyes Católicos, una vez que las islas no señoriales quedaron bajo su dominio, se reservaron para sí la producción de la orchilla.

                         Otras noticias que se hacen eco del interés comercial que despertó este liquen y del valor crematístico que alcanzó en siglos pasados son las siguientes.

                         En 1455, en su obra La prima navegazzione, producto del viaje que hizo en ese año al archipiélago, realza implícitamente el navegante italiano Aloisio de Ca da Mosto la importancia de este codiciado artículo con las siguientes palabras: “Se extrae de estas islas gran cantidad de una hierba que llaman orchilla que se exporta a Sevilla, con la cual se tiñen telas”.

                        Veinte años después, en 1475, con ocasión del levantamiento popular que se produjo contra los señores de la isla Inés Peraza y su marido Diego García de Herrera por el poder opresivo y tiránico que ejercían sobre sus vasallos, vemos que en el documento de procuración que los vecinos de Lanzarote dieron a unos comisionados para que presentaran sus quejas ante la Corona por esta conducta despótica se dice con respecto a este liquen: “Nos toman nuestras orchillas, que siempre tratamos y cogimos nosotros como cosa nuestra y la vendíamos a cualquier persona que queríamos pagando a los señores su quinto. De la cual orchilla éramos reparados para nuestros proveimientos y mantenimientos de nosotros y de nuestras mujeres e hijos. Y ahora los dichos señores nos la quitan y atribuyen para sí”

                         A finales del siglo siguiente, el ingeniero militar cremonés Leonardo Torriani, enviado a las islas en misión de servicio por Felipe II, declara en su conocida Descripción de las Islas Canarias que “se recogen aquí 8.000 pesos de orchilla, que se embarca para España, para Italia y para Francia”, y de forma parecida se manifiestan por los mismos años los historiadores Abreu Galindo y Gaspar Frutuoso.

                         En 1764 estuvo en Lanzarote el marino escocés George Glas. De esta hierba saxícola dice en su obra The history of the Canary Islands que “La mejor clase es la de color más oscuro y de forma exactamente redonda”, refiriéndose claramente con ello a la Roccella tintórea objeto central de este trabajo, añadiendo luego que “cuantos más puntos o costritas blancas tenga, más valor alcanza”. Comparte además este autor la creencia, ya apuntada, de que la púrpura getúlica de los antigüos era la orchilla. “En apoyo de esta opinión — dice — se puede observar que la costa de África adyacente a las Islas Canarias fue llamada por los antigüos Getulia, y abunda en orchilla”.

                         Años después en 1772, el ingeniero José Ruiz Cermeño, en una breve información que hace de Lanzarote, destaca a la orchilla como uno de los más importantes artículos de exportación de la isla, según parece inferirse del párrafo de ese escrito que se transcribe a continuación, al colocarla en primer lugar:

                         “El Comercio de esta isla — declara — se reduce a orchilla, hierba que se cría entre los poros de las piedras y peñas, que se ha hecho en nuestros días tan recomendable en Londres para sus tintes”, enumerando luego el trigo, la cebada, el centeno, el maíz y las legumbres, pareciendo dar a entender con ello que estos granos eran de menor importancia económica que el referido liquen. Luego añade a lo dicho: “Puédase creer que la orchilla fue la púrpura getuliana de los antiguos, pues la costa de África adyacente a las Islas Canarias, que abunda tanto en ella, se llamaba antiguamente Getulia”, una opinión más que se pronuncia a favor de la posibilidad del origen vegetal del tinte púrpura procedente de Canarias.

                         Viera y Clavijo, aparte de dedicarle a la orchilla varias notas en su obra cumbre Noticias de la historia general de las Islas Canarias, redacta en la década de los sesenta de ese siglo decimoctavo, se extiende en especial en referencias y datos sobre ese liquen en su Diccionario de historia natural de las Islas Canarias, a cuya composición dio fin hacia 1810, hasta el punto de incluir en el mismo una instrucción explicativa del método a seguir para la obtención del tinte, tema que trataré más tarde en el apartado dedicado a este aspecto de la cuestión. Por esa época la cantidad de orchilla recolectada en Lanzarote al año, según este autor, rondaba los 300 quintales.

                          Pero la recogida abusiva y sin orden de la orchilla acabó por hacerla casi desaparecer de los lugares más fáciles de alcanzar. Esto, añadido al aumento progresivo en la demanda, hizo que los orchilleros tuvieran que recurrir a la recolección de la que crecía en los precipicios y roquedales abruptos más inaccesibles, que por otra parte era precisamente donde más abundaba, muy en especial, como quedó dicho con anterioridad, en el norteño acantilado de Famara.

                          A esa disminución drástica de la producción orchillera hay que añadir como factor que contribuyó a la decadencia casi definitiva del comercio del liquen, que desde principios del siglo XIX se había dejado sentir ya en la isla, la aparición de los colorantes artificiales por entonces descubiertos.

                          No obstante, luego de haber perdido casi por completo valor industrial como colorante, este liquen tuvo un resurgimiento económico fugaz durante los cuatro años de duración de la primera guerra mundial, o sea entre 1914 y 1918, en que debido a determinadas circunstancias favorables que entonces concurrieron volvió a tener una cierta demanda como artículo tintóreo.

                          Como complemento a esta serie de datos históricos que se acaban de dar sobre la orchilla conviene añadir que en Canarias la actividad relacionada con esta hierba se redujo a su recolección y exportación, dándose sólo algún que otro caso esporádico de extracción del tinte. La planta se exportaba tal cual se recolectaba y luego se importaban a las islas los tejidos que habían sido teñidos con ella en fábricas de Europa o de la España continental.

                               DE SU RECOLECCIÓN

                          La recolección de la orchilla en lugares de fácil acceso no requería especial habilidad o preparación para llevarla a cabo. La técnica para su recogida en estas condiciones se reducía a desprender la planta valiéndose de un cuchillo o instrumento similar, lo que comportaba el que junto con las hojas se arrancara o se dañara la costra basal con la que estaba adherida a la roca, impidiéndose con ello que el liquen pudiera reproducirse. Para evitar que esto ocurriera se empezó a utilizar — al menos en otras islas pues de Lanzarote no he podido confirmarlo ni documentalmente ni por información oral — una especie de peine de madera que solo permitía arrancar las hojas, quedando de este modo pegada a la roca sin sufrir daño alguno la costra o base de la planta.

 

                          Pero más tarde, cuando el liquen comenzó a escasear debido a las causas apuntadas y fue preciso para encontrarlo meterse en sitios arriscados o precipitosos, el oficio de orchillero conllevó una alta peligrosidad para sus practicantes, pagando más de uno con su vida el ejercicio de tan arriesgada profesión. Consistía la misma en descolgarse por esos escarpados lugares mediante una larga cuerda o guindaleza a la que se unía un asiento de madera a modo de trapecio, y así, en tan precaria y peligrosa postura, arrancar las codiciadas hierbecillas de las superficies verticales de los elevados paredones rocosos, muy en especial en el imponente acantilado de Famara ya nombrado.

                          Con respecto a esta extinta profesión me ha sido posible recoger de informantes de edad avanzada del norteño municipio de Haría, algunos de ellos consumados ‘risqueros’ ya retirados de tal actividad, nombre popular de los que se meten por los riscos mediante cuerdas, interesantes datos y particularidades del mismo desconocidos por los investigadores de las cosas de nuestro pasado, o que al menos, que yo sepa, no han sido dadas a la publicidad.

                           Los útiles de que se valían eran:

                           El ‘cabo’, nombre que se daba comúnmente a la cuerda con que se descolgaban por los precipicios. Tenía un grosor de 2.5 a 3 cm y un largo que podía sobrepasar las 120 brazas, unos 200 m.

                           El ‘zuncho’, especie de sillín colgante formado por una tabla unida por los extremos con una cuerda que pasaba por encima de los hombros, de cuya parte superior partía otro trozo de cuerda que tenía por finalidad amarrar el conjunto al ‘cabo’ mediante un nudo corredizo que quedara al alcance de la mano, el cual, por el propio peso del cuerpo, se mantenía apretado sin que pudiera deslizarse o correrse hacia abajo, y que era al mismo tiempo fácil de aflojar.

                           De este artilugio, que él mismo dice haber utilizado para descender a la galería inferior de La Cueva de los Verdes, trae el geólogo Hernández Pacheco una descripción en su obra Por los campos de lava que por lo detallada y completa vale la pena transcribirla. Dice así:

                           “Consiste en un recio palo de medio metro de largo en cuyos extremos están fijas dos cuerdas cuyas otras puntas van a unirse a las terminaciones de una fuerte pieza cilíndrica de madera curvada en ángulo obtuso. Se constituye así a modo de trapecio sobre el que se sienta el que utiliza el aparato. El trapecio se cuelga por la pieza curva de madera mediante una lazada corrediza de una fuerte cuerda lo suficientemente larga para que llegue al fondo a donde se quiera descender. Un extremo de la cuerda se sujeta sólidamente al sitio de donde se va a descender y el otro cabo se deja caer al fondo después de haber hecho pasar la cuerda por la pieza curvada, quedando por lo tanto el trapecio en lo alto. Sentado en éste, y teniendo con una mano bien afianzada la cuerda por encima de las lazada, no hay más que ir con la otra mano aflojando ésta para que el trapecio con el operador vaya descendiendo al fondo. Con un poco de pulso y alguna habilidad se consigue también con este aparato ascender al sitio de donde se cuelga. Como el peso de la persona que va sentada en el aparato tiende por si solo a apretar la lazada puede aquella permanecer en el trayecto de la cuerda que quiera por tiempo indefinido y de aquí la aplicación que se dio a este aparejo para recoger la planta tintórea que brota en los acantilados riscos de la isla”.

                            Siguen la ‘raspadera’, una especie de herramienta hecha por lo general con un trozo de aro de barrica, con el extremo anterior doblado en ángulo recto. con la que se arrancaba la orchilla.

                            La ‘mina’, un recipiente en forma de copa de sombrero hecho con empleita o cualquier otro material ligero, en la que se iba recogiendo la orchilla desprendida con la ‘raspadera’.

                            Y el ’simental’, una talega que se llevaba colgada al hombro a modo de morral en la que se iba echando la orchilla de la “mina” a medida que la labor de la recogida lo requiriera.

                           De estos nombres, los de ‘cabo’ y ‘raspadera’ no necesitan explicación alguna en sus respectivas acepciones de cuerda y de objeto o herramienta para raspar por lo evidente de sus significados.

                            En cuanto a la palabra ‘zuncho’, se trata, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, de una “Abrazadera sólida que sirve para reforzar o asegurar las cosas que requieren mucha resistencia, o también para el paso y sostenimiento de algún palo, botalón, etc”, por lo que no alcanzo a ver que relación pueda tener el nombre del artilugio que nos ocupa con el de esta pieza de sujeción, a menos que se quiera hacer alusión a la lazada que al oprimir al cabo principal dejaba a “zuncho” cogido al mismo.

                            La voz ‘mina’, por su parte, sí es merecedora de un comentario lingüístico más detenido, pues pese a su clara morfología castellana lo cierto es que dicho término no se encuentra en nuestra lengua con este significado ni con ningún otro análogo, y ni siquiera la registran los más completos diccionarios dedicados al habla popular canaria. Tampoco en el portugués, idioma del que como es sabido tantas palabras se han trasvasado al habla canaria, encuentro nada que se le pueda equiparar semánticamente. Aquí en Lanzarote, a nivel popular, una ‘mina’, que en su acepción de lugar de extracción de minerales no se usa prácticamente por la gente llana del pueblo, es, además del artilugio explicado, el recipiente en que van recogiendo la cochinilla, luego de desprenderla de la tunera, los criadores de este insecto, como se verá al llegar al comentario correspondiente al mismo. Fue igualmente conocido en nuestra isla con este nombre una especie de odre, tanto provisto de una abertura superior amplia rodeada de un aro de madera o metálico que se usaba para ‘guindar’ o sacar el agua de los aljibes, como de boca estrecha que se cerraba con un tapón, empleado en el transporte de agua u otros líquidos o para hacer la popular ‘leche mecida’, una suerte de leche ácida parecida al kéfir que gozó de gran popularidad en Canarias en tiempos pretéritos, odre que también se conoció en Lanzarote, además de con este nombre de ‘mina’, con el de ‘fol’ y ‘borracho’.

                            Teniendo en cuenta que esta denominación común ‘mina’ ha sido aplicada, como se ve, a recipientes o envases confeccionados con materiales orgánicos, no es descartable que este nombre pueda tratarse de un guanchismo cuyo significado básico fuera el de receptáculo en general hecho de cuero o de fibras vegetales en contraposición a las vasijas cerámicas, las cuales normalmente han sido llamadas en conjunto en el primitivo idioma indígena ‘gánigos”.

                             Finalmente, sobre la palabra ’simental’ cabe decir que en este caso, se trata en realidad de un nombre producto de una trasnominación, puesto que donde este útil tuvo su uso original fue en la agricultura como portador de las semillas o simientes —de donde la denominación de ’simental’—, nombre que, por lo que he podido averiguar, parece ser de uso exclusivo en Canarias.

                             Conocido el instrumental empleado por el ‘risquero’ para la recogida de la orchilla veamos como llevaba a cabo su arriesgada labor. Una vez equipado con el mismo, llegado al lugar en que había de desarrollar el trabajo, y en el caso de que no hubiera en él algún saliente rocoso apropiado en que amarrar el ‘cabo’, que era lo más frecuente, lo primero que hacía era buscar una piedra de un par de quilos de peso a la que por su forma pudiera atarse el ‘cabo’ con garantías de no soltarse. Acto seguido excavaba en el suelo un hoyo a un par de metros del borde del risco, de aproximadamente medio metro de profundidad, colocaba la piedra atada al ‘cabo’ en el fondo y lo rellenaba con tierra, bastando con esto para que la cuerda quedara firmemente afianzada para poder utilizarla.

                             A continuación, equipado con los útiles necesarios y con el ‘zuncho’ cogido al ‘cabo’, descendía maniobrando con el mismo, tal como explica Hernández Pacheco, hasta alcanzar los diferentes lugares en que se encontraba la orchilla en aquella vertical. Recogido aquel liquen subía y repetía las mismas operaciones en otros lugares del risco las veces que consideraba oportunas.

                             Vista la peligrosidad y riesgo que entrañaba esta profesión a nadie ha de sorprender que pagaran de vez en cuando con el tributo de sus vidas los que la ejercían. Del fatal cumplimiento de tan terrible contingencia se hacen eco algunos cronistas o documentos oficiales de aquellos tiempos.

                             Así, en una Exposición que presentó en 1818 el síndico personero de Lanzarote Juan Valenciano Curbelo en nombre del Cabildo, en la que se da cuenta de algunos artículos de exportación, se dice de la orchilla que “con peligro y aún pérdida de vidas la recogen estos naturales pendientes de cables en escarpadísimos riscos”.

                             Más explícito aún se muestra a este respecto Pascual Madoz unas décadas después, a mediados del siglo XIX, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico, pues al referirse a este producto insular manifiesta que presenta “grandes dificultades el recolectado, lo cual ejecutan los hombres colgados de los riscos con sacrificio anual de algunas vidas”.

                                  MODO DE OBTENCIÓN DEL TINTE

                              La orchilla, como ya se dijo, no se procesó prácticamente en Lanzarote como planta tintórea. Todo lo más que aquí se hizo fue recogerla y enviarla al extranjero sin ninguna preparación especial, en donde era sometida al tratamiento extractivo de la púrpura, proceso que por lo visto era muy laborioso y complicado para hacerlo de forma artesanal familiar.

                               El liquen tintóreo que fue objeto de cierto uso aquí en Lanzarote por la gente del pueblo fue el llamado popularmente ‘escán’, sin duda un guanchismo, una especie perteneciente a distinta familia de la orchilla cuyo nombre científico es Ramalina bourgeana, de hojuelas anchas y recurvadas verde-amarillosas y consistencia también coriácea. Abunda bastante en la isla y suele crecer asimismo sobre los roquedales e incluso sobre piedras sueltas. Se empleó para estos fines tintóreos hasta no hace muchos años. Yo mismo llegué a ver la operación de teñido de las ‘jenas’ con él, nombre que se da a unas bolsas grandes hechas con el pellejo enterizo de una cabra que luego de ponerle unas asas de cuerda se llevan colgadas a la espalda a modo de morral para portar la captura hecha durante la pesca.

                               Dicha operación, al contrario de la requerida para la orchilla, era relativamente fácil de realizar. Se reducía a preparar un recipiente de suficiente capacidad en el que se vertía el agua necesaria, en la cual se echaban unos buenos puñados de ‘escán’, más o menos cantidad según la intensidad del color que se quisiera obtener, metiendo en él a continuación el cuero que se iba a teñir y dejándolo a remojo unos cuantos días a temperatura normal con una piedra encima para que quedara bien hundido, debiéndose remover el contenido al menos un par de veces al día para que el efecto del teñido fuera lo más uniforme posible. Una vez cogido el color, que era por lo general de un ocre rosáceo, se escurría el cuero bien y se rellenaba de paja para que se ensanchara y cogiera forma, poniéndolo luego a secar en lugar sombreado.

                               Con este tratamiento no sólo se lograba el teñido de la pieza sino que además se conseguía que el cuero se ‘amorosara’, es decir, se suavizara, que ese es el significado de este canarismo de origen portugués.

                               Además de este empleo más extendido tengo noticias de que el ‘escán’ se usó también por los años 30 del siglo pasado para teñir una suerte de zapatillas artesanales que se hacían en Haría con pita.

                               Volviendo a la orchilla digamos que el proceso al que se sometió este liquen para la extracción del tinte parece que era bastante complicado. Lo que sí fue fundamental e imprescindible en dicho proceso es agregarle amoniaco a la preparación correspondiente para que la misma surtiera el debido efecto. En los tiempos en que aún no se conocía el amoniaco como producto industrial se empleaban en su lugar los orines humanos por su alto contenido en este compuesto químico. Se sabe por ejemplo que los tintoreros londinenses utilizaban para tal fin los orines que se recogían en las alcantarillas de aquella urbe.

                                Viera y Clavijo nos ha trasmitido en su Diccionario de historia natural ya citado las siguientes instrucciones mediante las cuales se obtenía el colorante en su tiempo:

                                “Redúcese esta preciosa yerba a pasta moliéndola, cerniéndola y colocándola en un vasija de vidrio, donde se humedece con orina ya corrompida a la que se le añade un poco de cal apagada. Revuélvase cada dos horas y se tiene cuidado de cubrir siempre la vasija con alguna tapa. Esta operación de humedecerla, ponerle cal y revolverla se practica durante tres días consecutivos, al cabo de los cuales ya empieza a tomar la pasta algún colorcito purpúreo, hasta que a los ocho se pone de un rojo violado, que se va avivando por grados y sirve para tintes. Para usar de esta pasta se procura disolverla en agua tibia y se le va aumentando el calor. Luego que hierve se mete la estofa en el baño, sin ninguna preparación, o si se quiere, preparada con alumbre y cristal de tártaro. El color natural que comunica la orchilla es de flor de lino, tirando a violada; pero si se tiñe antes de la misma estofa de un azul más o menos claro sacará un color como de flor de romero, de pensamiento o de amaranto. Preparada la estofa con zumo de limón, recibe de la orchilla un hermoso color azul. Igualmente tiene la pasta de nuestra orchilla, desleída en agua fría, la propiedad de que, tiñendo con ella el mármol blanco, le comunica unas bellas vetas de un azul más o menos claro, según las más o menos veces que se le aplica”.

                                 Sin embargo, John Mercer, autor del libro Canary Islands-Fuerteventura, editado en 1973, quien dice haber poseído un taller de hilado y tejidos en el que solamente usaba tintes vegetales, declara que tal operación no era tan sencilla de realizar como la presenta Viera, y confiesa que nunca pudo encontrar una fórmula para teñir con la orchilla que resultara efectiva, hecho que achaca a que las mismas han sido escritas por historiadores y no por expertos en tintorería.

                                 No obstante el escepticismo mostrado por Mercer sobre el particular merece ser conocida la siguiente fórmula moderna utilizada para el tratamiento de la extracción del colorante de la orchilla dada por Lázaro Sánchez Pinto, miembro del Museo Insular de Ciencias Naturales de Santa Cruz de Tenerife, en la revista Aguayro nº122 de abril de 1980, que difiere en algunos puntos importantes de la de Viera y Clavijo y es más extensa y detallada:

                                 “Se lavan cuidadosamente las orchillas recolectadas. Se limpian de tierra e impurezas y se dejan secar al sol. Se trituran y se pasan por sucesivos tamices hasta obtener un fino polvo. Este polvo se coloca en una vasija o recipiente de vidrio. Se humedece con amoniaco algo diluido en agua y se le añade un poco de sosa o potasa. Después se cierra herméticamente. Con cierta frecuencia (2 ó 3 horas) se abre el recipiente y se revuelve bien, de tal modo que la masa pastosa entre totalmente en contacto con el oxígeno atmosférico. Esta operación de humedecer con amoniaco, añadir sosa o potasa y revolver cada 2-3 horas se realiza durante tres o cuatro días consecutivos, al cabo de los cuales la pasta empieza a tomar un colorcito purpúreo, hasta que a los ocho días se pone de un rojo violado intenso. Si la pasta queda muy diluida se le puede añadir un poco de yeso o tiza pulverizada para darle mayor consistencia. Una vez obtenida la pasta, ya está lista para teñir, pero hay que tener en cuenta que sólo tiñe fibras de origen animal, como la seda y la lana, no así el algodón y otras fibras vegetales o lanas sintéticas. Para teñir se diluye la pasta en agua tibia y se le va aumentando el color hasta que llega a la ebullición. Entonces se añade la seda o lana y se deja por espacio de una hora más o menos. La intensidad del color depende de la cantidad de pasta que se ponga. Si se quiere obtener una gama de azules se sigue el mismo procedimiento, pero previamente se humedece la lana o la seda en jugo de limón. Aplicada la pasta en frío sobre mármol le confiere a éste unas vetas de color azul más o menos claro, según las veces que se aplique”.

                                  Esto es cuanto he podido recopilar sobre tan interesante liquen. Ello es suficiente, sin embargo, para que el curioso de nuestras cosas del pasado pueda hacerse una idea bastante aproximada de cómo era la orchilla, del papel que jugó en la economía de la isla a lo largo del devenir histórico y de las ambiciones que su ventajoso comercio despertó entre los más altos estamentos de la sociedad isleña, así como tener conocimiento de las particulares prácticas a que su recogida dio lugar. En la actualidad todo lo que en torno a este preciado liquen se desarrolló en la isla ha quedado reducido a un simple recuerdo que se va difuminando cada vez más en las brumas de la memoria popular, salvándolo de la desaparición definitiva las referencias alusivas a su uso conservadas en algunos escritos y obras del pasado de nuestras islas.

                                                              © Agustín Pallarés Padilla

3 respuestas to “LA ORCHILLA”

  1. jose a said

    genial

  2. rosalia said

    Un artículo fantástico Agustín, ¿sabes de algún proyecto de recuperación de esta técnica?

  3. cps said

    Buen trabajo de investigación, enhorabuena y gracias por publicarlo

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